En la pared ubicada frente a la pintura grande estaban montadas veinte obras: pinturas y dibujos de pequeño formato, acrílicos y tintas sobre papel. Era un mix del año 2004 al 2007. Son parte de la colección del MACRO- Museo de arte contemporáneo de Rosario.






Texto de la muestra:


Paola/


Tiene los ojos como nubes inundadas y remotas, una neblina de humedad de pantano silencioso. Sabe. Ya desplegó siete millones de hojitas de papel sobre el piso del taller. Todas se defienden fuerte, todas intensas. Ensortijado espiral femenino, el huracán pasa frente a los ojos y no detiene en su recorrido formal, se excede como si fuera gigante y poderoso, pese a lo evidente del formato pequeñito en el que graba su magnífico viento de lluvias.

Sorprende al ojo experimentado la desfachatez, la libertad contagiosa del producto elemental de la pincelada. Y el disfrute evidente. La pintura, como material extraordinario, como sonido perfecto, la palabra PIN TU RA, su misterio. Un grafismo irrecuperable, energética descarga irremedable, rulos veloces de la muñeca, crayón o mouse, el trazo parece abundante de carga, y sin embargo no tanto, ¿de que es generosa la pincelada de Paola Vega? Libre trazo, garabato generoso de inconciencia exquisita, el automatismo preinfantil de Vega se torna al instante de entreverarlo identificable y único, imposible de imitar su afirmada presencia. Casi firmas.

El grafo relajado, fresco, parece dáctilo pintura u otra forma inocua de juego, una actividad de sofisticada distensión después de la tarea obligada, las monocopias secretas del grabador que limpia sus instrumentos en un estado de inspiración sin precedente, la actitud íntima del dedo automático en la salsa, en la crema, en lo exudado, en lo espeso del aire. Prueba de que extrema libertad es inteligencia, el trazo fluye feliz y absolutamente atento sobre la amable textura de la superficie receptiva del papel.

El color no parece dar cuenta de la economía de sus planteos, sale de oscuros a luminosos lugares. Sigue de largo. Las variaciones son microscópicas, delicadas, la paleta retorna a las fórmulas de una rosa oscura sola en la noche loca de un huracán de aterciopelada fuerza. La estructura es fuerte y elástica. El dibujo se queda en algún lugar extraño de la cabeza. Perdura. Esa noche, más tarde, quise comer rabas, hacer anillos, acariciar una espalda haciendo círculos con la punta del dedo, bailar rondas, pasar la lengua por adentro de un osobuco, pensar redondo la imperfección del iris, de la luna, y de una boca haciendo O.
Se imprime en el cuerpo.

Me cuenta que es contagiosa y que le gusta. Paola Vega pinta en la intimidad feliz de un espacio protegido desde el que atisba la puerta.

Paola es fuerte. Gusta. Paola disfruta la libertad absoluta del que no le rinde cuentas a nadie de la idea dibujada. ¿Cómo es una casita? ¿ y cómo una nena? ¿y cómo toda la historia de la representación moderna?

Espacialidad clara, firmemente dibujada, apropiada, dominada en el sentido de estar dentro del dominio de la mirada, ve el tornado desde lejos y me aproxima a su detalle que solvente conoce y me murmura al oído. Simple. Rotunda. Me encanta.


Florencia Braga Menéndez



1 comentario:

m,. dijo...

qué bueno paola, qué bueno... todo.

;) Me gustó el texto de f.b.m.