NOTA DE PRENSA

REVISTA SAUNA
Año 3, Número 33, 2013




Paola Vega y la vida de las pinturas

La curaduría y sus dispositivos de exposición. Caso III por Jimena Ferreiro


En la sala todavía quedan rastros de trementina como señal inequívoca de la pintura. Es que, en efecto, la exposición de Paola Vega La posibilidad es una muestra de pintura.
Tres grandes telas pintadas al óleo se disponen sobre la pared abriendo un espacio otro dentro de la sala donde el color se transforma en atmósfera e impregna el espacio circundante.  Otras reseñas que precedieron a esta (me refiero a las escritas por Lara Marmor y Laura Isola, y previamente el texto de su curadora Verónica Flomm) analizaron con acierto el poder de estas obras y su modo de ser dentro de la vasta tradición de la pintura.
Sin embargo, en este caso me interesa apartarme un poco del análisis inmanente de la pintura, aquel que refuerza su discurso autónomo,  y pensar la pintura en relación a sus dispositivos de exhibición.  Situar la pintura en su contexto expositivo implica historiar los modos en que las obras viven y son transformadas por los diferentes espacios que habitan transitoriamente. Del taller al museo y al living burgués; todos estos tránsitos en el sentido que se den en cada caso, modifican materialmente la vida de las obras al situarlas en coordenadas espaciales con codificaciones y lógicas propias.
La pintura en el taller se apila junto con otras compañeras de serie, en la casa del coleccionista se ubica arriba del sillón, y en el museo se cuelga a la altura de la visión en un espacio llamado neutral. Una tipificación moderna que encuentra correlato en la enorme colección de registros fotográficos que hoy más que nunca circulan en la web.
Paola Vega, al igual que muchos artistas de su generación, coleccionan estos registros casi como marca de época que evidencia un interés en la pintura no solo como superficie, sino principalmente como una experiencia que encuentra en el espacio que la habita una cualidad diferencial.
La pintura siempre miró a la pintura, y es este principio el que fundó su discurso autónomo. A partir de allí su historia pasó a llamarse tradición. En la temporalidad polimorfa que supone el acto de pintar, en su ir y venir por la historia, la pintura recurrió al mecanismo de la “cita” como una manera de hacer propio fragmentos de otras imágenes, cuyo uso y abuso caracterizó la pintura bajo el auge de la teoría posmoderna.
Frecuentemente suele confundirse el uso de este mecanismo y asumir con cierta ligereza que los artistas citan a otros artistas.  Asumo que el mecanismo por el cual las imágenes se cuelan en las obras de los artistas son mucho más complejos que la forma del collage posmoderno porque de lo contrario los análisis se limitarían a buscar filiaciones entre las obras, un ejercicio que sin dudas puede ser útil si su finalidad no se cierra en el sistema de parentesco exclusivamente.
Podemos postular ecos de las pinturas de Mark Rothko en la propuesta de Paola Vega; sin embargo, esta mención nos tiene que forzar a pensar más allá de una analogía formal, sobre todo teniendo en cuenta que el acercamiento de Paola a la obra de Rothko está mediada por una búsqueda de otro orden.  La pintura de Rothko tiene importancia en su propuesta no sólo en términos de su factura pictórica, sino también atendiendo a los modos de ser exhibida. No sólo se mira la reproducción de la pintura (aquella cuyo encuadre recorta el borde de la pintura), sino precisamente la fotografía donde se ve al Rothko acompañado por otros Rothkos organizados en secuencia monumental en una sala despojada. Más que reproducciones de obras, se buscan registros de sala.
En este sentido la operación que propone Paola Vega podría ser entendida bajo el creciente interés que despierta en muchos artistas de su generación, entre las que podríamos incluir a Adriana Minolliti y Leila Tschopp, entre otros, la pintura en tanto artefacto que participa de la cultura material e interviene modelando formas de sociabilidad. Esto es: la pintura en el estudio, la pintura en la casa, la pintura en el espacio urbano, y la pintura en las grandes salas de exposiciones cuyo modo de ser contemplativo y silencioso nos interesa en este caso.
Quizás estos comentarios en torno a La posibilidad puedan sonar algo abstractos si no pusiéramos en consideración el pequeño banco de madera natural que la artista ubicó frente a las telas, un elemento sutil que se convierte en una fuerte intervención que articula la sintaxis de la percepción moderna. Su presencia refiere al espacio del museo y sus modos contemplativos, serenos, distantes y sin mediación del cuerpo. Todo un decálogo de procedimientos sumamente reglados que organizaban un combo donde la pintura abstracta debía tener como soporte paredes blancas, lisas y sin remates ornamentales. Del otro lado, un espectador pasivo observaba.

De este lado de la historia y del mundo es sumamente auspicioso que los artistas analicen y deconstruyan los mecanismos que pusieron en circulación las producciones artísticas modernas y adviertan que el espacio expositivo es una forma históricamente condicionada. 

Jimena Ferreiro. Es coordinadora del área de curaduría del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Egresada de la Facultad de Bellas Artes (UNLP) y especializada en Crítica de arte (IUNA). Actualmente trabaja en su tesis de maestría sobre prácticas curatoriales en Buenos Aires entre finales de los años noventa y comienzos de la década de 2000 (UNTREF). Trabajó en el Centro Cultural Recoleta (2002-2006), en el Museo Provincial de Bellas Artes “Emilio Pettoruti” de La Plata (2006-2007) y colaboró en la investigación y producción de proyectos para el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires-Malba (2010), Fundación Proa (2011) y para el Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella (2013); además de haber realizado proyectos como curadora independiente en el Fondo Nacional de las Artes, en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, entre otros espacios. Es docente en la Facultad de Artes (UMSA) y la Facultad de Bellas Artes (UNLP). Vive y trabaja en Buenos Aires. 


La Posibilidad, Galería Abate, Buenos Aires, Set- Nov 2013.

Rothko Room, Phillips Colection, NYC.






NOTA DE PRENSA

DIARIO PERFIL, Cultura
DOMINGO 3 de NOVIEMBRE DE 2013.



Fragmentos de una sensibilidad/  por Laura Isola


Los cuadros de Paola Vega son como las nubes. Por un lado, comparten con ellas su morfología dual: son robustas y llenas de materia pero sabemos que podemos atravesarlas como el aire y bajo su apariencia esponjosa y densa no podrían soportar peso alguno y lo dejarían caer. En la serie de pinturas que Vega exhibe en la galería Daniel Abate pasa lo mismo. Son cuadros de gran formato que han sido realizados veladura tras veladura de colores tenues y apastelados. A pesar de que se nota que ha puesto capa sobre capa, muchas, en ningún momento, la consistencia del óleo se vuelve pesada. Por el contrario, aún en sus enormes dimensiones, las pinturas se sostienen con la levedad de una pluma o de una nube. También son como ellas porque pertenecen, al menos, a dos sistemas interpretativos. En el caso de esas formaciones de la atmósfera pueden ser explicadas por la meteorología que les dará sus nombres científicos (cumulus, stratus, nimbus y cirrus) y por la imaginación. Las nubes, como las manchas de humedad, son propiedad de los que imaginan de manera amateur. En ese mismo sentido, sus cuadros pueden analizarse con las referencias que se aluden a la historia del arte y al mismo tiempo, librarse de ellas; dejar que el delirio imaginativo se ponga en marcha. En cuanto, al modo que Vega hace dialogar sus obras con otras es bastante sutil y derivado. Por ejemplo, maneja en esta serie una paleta de colores muy suaves y casi impresionistas: rosados, celestes, grises. Por momentos, cada pieza podría ser un fragmento de otro que fue trabajado en un close up furibundo. Como si quedara un pixelado enorme o el efecto que tenemos cuando entrecerramos los ojos y las pestañas nos empastan la visión. Frente a esos colores que parecen salidos de un cielo de Claude Monet, Vega le opone la abstracción más dura de un Mark Rothko. Esa cita es bastante explícita en tanto la tela en forma de rectángulo que utiliza le viene directamente de este pintor y la forma de cubrir la superficie con capas finas, diríamos que igualmente. Entonces, construye un “impresionismo abstracto” o “abstracción impresionista” para dar cuenta de su propio estilo. Si bien esta artista que nació en Bahía Blanca viene haciendo un itinerario por los caminos de la abstracción, esta reciente producción se radicializa, en sentido que sus cuadros prescinden de un punto de apoyo referencial. “La posibilidad”, pensaron con Verónica Flom, curadora y autora del texto que acompaña a la exhibición, que sería un buen título. Justamente por esa noción misma de alternativa que da la palabra. Un poco enigmática, tal vez, porque la posibilidad viene acompañada y se completa la frase con el “¿de qué?” Como con las nubes, cada espectador podrá dar la suya propia. En la sala hay un banco que es vital para completar la experiencia de la obra. Hay que sentarse, en analogía a tirarse panza arriba para adivinar las imágenes que construyen las nubes, y dejarse llevar por lo que se ve. Se recomienda no oponer resistencia para que el ojo vaya y venga, venga y vaya y conecte con lo que nos pasa al momento de percibir los colores y las leves formas que se agazapan entre los trazos. Para tener en esas manchas todo cuanto uno quiera. Que como en el cuento “La mancha de humedad” de Juana de Ibarbourou pueden ser montañas echando humo, pipas de cristal que fuman los gigantes, río y selvas y hasta oír cómo chillan los monos y gritan los guacamayos.
NOTA DE PRENSA 


REVISTA LOS INROCKUPTIBLES
05/11/13 ARTES



Otros focos

Las telas abstractas de Paola Vega invitan a la contemplación reflexiva y reafirman la acción de pintar per se. / Por Lara Marmor.

Tres enormes pinturas abstractas de colores pastel ocupan casi toda la pared principal de la sala. Como en los antiguos salones franceses, hay un banco para contemplarlas y sentir su fuerza de atracción, casi magnética. En cada cuadro se ven las huellas de una pincelada regular y corta que se desplaza de arriba a abajo y viceversa. Para pintar, Paola Vega sube y baja de una escalera, como en un ejercicio de step de bajo impacto, para alternar rosas, amarillos, azules, verdes pálidos con zonas blanquecinas. Cada obra se termina luego de largas semanas de trabajo, cuando la artista cubre la superficie hasta con cincuenta capas de pintura. El resultado de este extenuante procedimiento performático es una imagen atmosférica como la de las pinturas de Rothko, espectral como el manto de Turín y borrosa como las pinturas de Richter.
Sin miedo a abandonar el tradicional soporte del bastidor por la pintura expandida, las piezas borran la arquitectura que las rodea; sin alinearse con parte de la pintura de la escena actual, deliberadamente incompleta o de mal gusto, las obras de La posibilidad, emparentadas con la rama lírica o expresiva del abstraccionismo, reivindican el savoir-faire del oficio del pintor. Empapada de asociaciones históricas, las obras sin título, temas, ni elementos figurativos (presentes en series anteriores) son el resultado de la acción hedonista de pintar, y su valor está en cada imagen per se, en su capacidad de evocar sensaciones e impresiones.
--
Con manchas y chorreaduras a la vista, sorprende la tela agarrada al marco del bastidor con extrema tensión, a pesar de la cantidad de materia que soporta. Los tres lienzos, tiesos como la piel joven, revelan la vitalidad de las moléculas que los componen, y dejan ver, como ocurre con los craquelados de los cuadros cubiertos de polvo en los museos, que la pintura no solo tiene vida y es mutante, sino que sigue viva a pesar de su reiterado anuncio de muerte.
Con curaduría de Verónica FlomLa posibilidad es parte de grupo de exposiciones colectivas e individuales que en los últimos años muestran, piensan y reivindican a la pintura en todas sus variables. Además, interesada en hacerle lugar a la pintura como disciplina y a las mujeres en el mundo del arte, Vega fundó en 2009, junto a Adriana Minoliti, una plataforma de trabajo para realizar exhibiciones e intercambiar ideas llamado Pintoras.
Sentado en el banco, entre las manchas de color, el espectador se siente como en un remanso, un lugar donde reaparecen, como si fuese el principio de un cuento, las palabras de Gumier Maier cuando casi un cuarto de siglo atrás pensaba en los avatares del arte y nos contaba que “en el saturado y vibrante paisaje del mundo, la pintura se ha desleído. Como un fénix fatigado, es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición. Pero es gracias a esta negatividad, a su insistente capricho, que es capaz, a veces, de recuperar su aliento sagrado”. Esto es La posibilidad.

La Posibilidad


Vista de Sala


Curaduría Verónica Flom
Setiembre- Noviembre 2013, en la Galería Daniel Abate, Buenos Aires, Argentina.

ph Ximena Martínez



Uno de los efectos del blur en la fotografía y el cine de los años ochenta se lograba con una media de nylon tensada sobre el lente. En la pantalla producía una agradable sensación de ensueño: los colores perdían sus bordes, se entremezclaban y a veces irradiaban un leve erotismo. Los cuadros de Paola Vega, treinta años después, recuperan esos climas suaves, aterciopelados, que recuerdan a las casas de muñecas de la infancia.

A la artista la obsesionan la superposición de los colores, el trabajo de las transparencias y el color que se alcanza después de pintar capas sobre capas. En esta serie trabaja únicamente con una paleta de tonos pastel, algodonosos. Para lograr los barridos, crea sus propios pinceles triples –una especie de amorfo de tres cabezas. Estas obras de gran tamaño, sin embargo, no buscan avasallar con el impacto, y en cambio se abren hacia una sensación tranquilizadora, reconfortante. Son cuadros, en definitiva, vitales. Dejan a la vista el disfrute genuino por la pintura, por la expresividad sin agresión de los colores, por el esfuerzo deportivo y cansador con el pincel.

Su trabajo es parecido al de una iluminadora: compone los colores como luces y al cuadro como un set. El efecto del barrido, que otros pintores han usado de manera más violenta o con pretensiones espirituales, en sus manos produce telas suaves y misteriosas, hospitalarias. El resultado son estas imágenes difusas, siempre a punto de moverse ante los ojos de los que miramos sentados. Es que la mejor forma de encarar sus pinturas es sentarse, aprovechar los bancos dispuestos en la sala y no mirar el reloj. Según Kafka, es a causa de la impaciencia que nos expulsaron del paraíso, y es por la impaciencia que no volvemos a él. Sentarse ante un cuadro de Paola Vega podría ser un antídoto (o tal vez una prueba) contra la inquietud que nos arranca. 


Verónica Flom




En la Galería Abate, del 26 de Setiembre al 29 de Noviembre del 2013.



Sin título. Óleo sobre tela 280 x 200 cm. 2013


Sin título. Óleo sobre tela 280 x 200 cm. 2013


Sin título. Óleo sobre tela 280 x 200 cm. 2013